sábado, 30 de junio de 2012

De las matemáticas a Dios

Lilian, profesora de Matemáticas chilena, se convirtió al catolicismo a los 47 después de descubrir que era hija de Dios. Cambió la rebeldía del Che Guevara por la de San Josemaría, el Fundador del Opus Dei. Tuvo que dejar atrás todos sus amigos ateos, como ella, y dejarse transformar en la oración. 

Antes de la conversión su familia vivía en conflictos permanentes por la tensión que ella provocaba a su esposo y a sus hijos. Ser consciente de la presencia del Señor en un oratorio le transformo la vida y la llenó de felicidad.

jueves, 28 de junio de 2012

Benedicto XVI declara venerable a Álvaro del Portillo


Al conocer el anuncio realizado esta mañana por la Sala de Prensa de la Santa Sede, S.E.R. Mons. Javier Echevarría ha expresado las siguientes palabras:

La declaración de virtudes heroicas de Mons. Álvaro del Portillo es motivo de agradecimiento a Dios: gratitud por este pastor ejemplar que amó al Señor y a su Iglesia, y a quienes le rodeaban o coincidían con él, además de rezar por la humanidad. Procuró en todo momento buscar el cumplimiento fiel de la voluntad de Dios.

Don Álvaro es recordado por tantos hombres y mujeres como una persona, un sacerdote de paz y leal a su compromiso de amor a Dios; muy unido a la Iglesia y al Romano Pontífice; supo servir con alegría y total generosidad a san Josemaría Escrivá de Balaguer; a sus hermanos —luego hijos— en el Opus Dei; a sus parientes; a sus amigos y a sus colegas. Con su predicación ayudó a encontrar la felicidad en la fidelidad a Jesucristo a centenares de miles de personas en los diferentes países a los que realizó viajes pastorales.

Me consta también que mucha gente acude a su ayuda, en numerosos lugares del mundo, ante necesidades individuales, familiares, laborales, amistosas. Es unánime el comentario de que irradiaba paz, alegría, sencillez, espíritu cristiano y visión apostólica.

martes, 26 de junio de 2012

¿Qué es un santo?

Un secreto. —Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos.
—Dios quiere un puñado de hombres "suyos" en cada actividad humana. —Después... "pax Christi in regno Christi" —la paz de Cristo en el reino de Cristo.


¿Qué es más importante?, ¿qué es más valioso en la vida de un hombre santo?: ¿lo que él hace por Dios, o lo que Dios hace por él?

Lo que hace el hombre nos resulta próximo e imitable. Además, como bajo la corteza del santo hay siempre un héroe librando sus gestas, la contemplación de ese drama nos atrae como un singular espectáculo.

Lo que hace Dios pertenece al misterio insondable de la gracia. Su comprensión se nos escapa. Lo admiramos, lo envidiamos, incluso lo tememos…, pero con facilidad se nos antoja que estamos ante algo que no a todos les es dado, algo que se pierde en el arcano inextricable de los caprichos de Dios.
Sin embargo, no es así. Se trata de una ecuación indivorciable. Dios a todo hombre da los favores de su gracia. A todo hombre. Pero ¿por qué a los santos más? Sin duda, porque ellos piden más; porque insisten más; porque, hondamente conscientes de su menesterosidad, pordiosean más: a toda hora, y en todo, lo buscan todo en Dios… y en Dios lo encuentran todo.
Al final, la musculatura de la santidad consiste en una boca muy pedigüeña y en unas manos muy recogedoras.

- Un santo es un avaricioso que va llenándose de Dios, a fuerza de vaciarse de sí.
- Un santo es un pobre que hace su fortuna desvalijando las arcas de Dios.
- Un santo es un débil que se amuralla en Dios y en Él construye su fortaleza.
- Un santo es un imbécil del mundo -stulta mundi- que se ilustra y se doctora con la  sabiduría de Dios.
- Un santo es un rebelde que a sí mismo se amarra con las cadenas de la libertad de Dios. - Un santo es un miserable que lava su inmundicia en la misericordia de Dios.
- Un santo es un paria de la tierra que planta en Dios su casa, su ciudad y su patria.
- Un santo es un cobarde que se hace gallardo y valiente, escudado en el poder de Dios.
- Un santo es un pusilánime que se dilata y se acrece con la magnificencia de Dios.
- Un santo es un ambicioso de tal envergadura que sólo se satisface poseyendo cada vez más y más ración de Dios
Un santo es un hombre que todo lo toma de Dios: un ladrón que le roba a Dios hasta el Amor con que poder amarle.
Y Dios se deja saquear por sus santos. Ése es el gozo de Dios. Y ése, el secreto negocio de los santos.

Así pues, ¿qué es más importante?, ¿qué es más valioso?: ¿lo que el hombre hace por Dios, o lo que Dios hace por el hombre? Ah, en definitiva, el quid de la santidad es una cuestión de confianza: lo que el hombre esté dispuesto a dejar que Dios haga en él. No es tanto el «yo hago», como el «hágase en mí».

El árbol producirá ramas, hojas, flores y frutos, a condición de que se deje visitar por la savia, y por la lluvia, y visitar por la hoja podadora, y por la cuchilla resinera…

El santo es un hombre en quien el amor y la fe y la esperanza, lejos de ser ásperos esfuerzos solitarios, son vivencias acompañadas, experiencias compartidas. El santo ni ama, ni cree, ni espera a solas: él siempre cuenta con el Otro. Por eso el santo confía. No es que tome sus sopas «a pachas» con Dios; pero, sólo con Dios, el esforzado héroe que hay bajo la piel de un santo desmonta la guardia, rinde las armas, cierra los ojos… y se abandona.
En fin, un hombre que se fía de Dios: eso es un santo.

Urbano, Pilar: El hombre de Villa Tevere. Plaza & Janes.

lunes, 25 de junio de 2012

25 de junio de 1944: Primera ordenación sacerdotal de fieles del Opus Dei

En El Fundador del Opus Dei, Andrés Vazquez de Prada presenta a los tres primeros fieles del Opus Dei ordenados sacerdotes en 1944.

Los tres primeros sacerdotes ordenados el 25 de junio de 1944 de manos del Obispo de Madrid fueron Don Álvaro del Portillo, Don Jose María Hernández de Garnica y Don Jose Luis Múzquiz, los tres ingenieros.

San Josemaría y don Álvaro del Portillo
Al primero que invitó don Josemaría fue a Álvaro del Portillo, luego de insistirle en su libertad de decisión, estimulando en su alma el deseo de servicio: "Si estás bien dispuesto —le decía—, si lo deseas, y no tienes inconveniente, haré que seas ordenado sacerdote, con plena libertad; y te llamo al sacerdocio no porque tu seas mejor, sino para servir a los demás" 1.

José Maria Hernández Guernica, a quien llamaban familiarmente Chiqui, pertenecía al Opus Dei desde julio de 1935.
José Luis Múzquiz, había pedido la admisión en 1940, aunque se había encontrado por vez primera con el Fundador en 1935, cuando estaba terminando su carrera de Ingeniero de Caminos. Había asistido a los círculos de formación en la Residencia de Ferraz basta el comienzo de la guerra que le cogió en viaje de estudios por Europa, y en 1939 continuó su dirección espiritual con el fundador del Opus Dei. Por fin, un día de retiro, después de oír la meditación predicada por don Josemaría — cuenta él mismo—, «sin que él me invitara expresamente, le manifeste mi voluntad de ingresar en la Obra. Y él me dijo sencillamente: — Que Dios te bendiga, es cosa del Espíritu Santo. Esto sucedió e!21 de enero de 1940» 2.

San Josemaría era el único sacerdote en el Opus Dei desde 1928.

"En los primeros años de la labor acepté la colaboración de unos pocos sacerdotes, que mostraron su deseo de vincularse al Opus Dei de alguna manera. Pronto me hizo ver el Señor con toda claridad que —siendo buenos, y aun buenísimos— no eran ellos los llamados a cumplir aquella misión, que antes he señalado. Por eso, en un documento antiguo, dispuse que por entonces —ya diría basta cuando— debían limitarse a la administración de los sacramentos y a las funciones puramente eclesiásticas" 3.

En una nota de finales de 1930 —cuando sólo le seguían dos o tres laicos y don Norberto, Capellán Segundo del Patronato de Enfermos—, considerando don Josemaría el modo de vivir los sacerdotes de la Obra, hacía una aclaración fundamental y tajante cara al futuro: los sacerdotes —escribe— han de salir de los miembros laicos.
"Sin sacerdotes, quedaría incompleta la labor iniciada por los miembros laicos del Opus Dei, que forzosamente se han de detener cuando llegan a lo que suelo llamar el muro sacramental, a la administración de los sacramentos reservada a los presbíteros" 4.

Don José María H. de Garnica
El contar con algunos de esos sacerdotes en el Opus Dei era esencial para su estructura interna y para su desarrollo. Resumiendo algunas de las causas y los motivos por los que la Obra precisaba de sacerdotes, escribe el Fundador: "Los sacerdotes son también necesarios para la atención espiritual de los miembros de la Obra: para administrar los sacramentos, para colaborar con los Directores laicos en la dirección de las almas, para dar una honda instrucción teológica a los otros socios del Opus Dei y —punto fundamental en la constitución misma de la Obra— para ocupar algunos cargos de gobierno" 5.

De la incertidumbre de los primeros empeños a la esperanza, tangible y cierta, de los tres hijos suyos que se preparaban para el sacerdocio, mediaban nada menos que diez años de oración y mortificación. Y cuatro años mas habían de transcurrir basta su ordenación en 1944. 6  

Años y años de ruegos y trabajos insistentes.

"Recé con confianza e ilusión, durante tantos años, por los hermanos vuestros que se habrían de ordenar y por los que mas tarde seguirían su camino; y recé tanto, que puedo afirmar que todos los sacerdotes del Opus Dei son hijos de mi oración" 7.

El Fundador insistió con frecuencia en que el sacerdocio no es como la "coronación" de la vocación a la Obra. Al contrario, por su entera disponibilidad para las tareas aostólicas y por la formación recibida, se puede decir que todos los numerarios reúnen las condiciones necesarias exigidas para el sacerdocio y están dispuestos a recibir la ordenación sacerdotal, si es que el Señor se lo pide y el Padre les invita a servir de ese modo a la Iglesia y en la Obra.

Entre las resoluciones tomadas por el fundador del Opus Dei en noviembre de 1941, está la siguiente anotación:
"Orar, sufrir y trabajar sin descanso basta que sean una realidad en la Obra los Sacerdotes que Jesús quiere en ella. Hablar de este punto con nuestro Señor Obispo de Madrid, mi Padre" 8.

Formación de los sacerdotes

San Josemaría y don José Luis Múzqiz
El asunto a tratar con el Sr. Obispo era el de los estudios eclesiásticos, que solían hacerse en centros docentes oficiales, generalmente en los seminarios diocesanos o en las universidades pontificias.

Dadas las circunstancias de los estudiantes, su edad y carrera civil, se decidió que recibirían las clases de profesores particulares en Diego de León; y era su Director de Estudios don José María Bueno Monreal, que desde 1927 basta esas fechas fue profesor de Derecho Canónico y de Teología Moral en el Seminario de Madrid 9.

En la primavera de 1942 estaban ya los estudiantes «en muy buenas condiciones para pasar a examen», según el Director de Estudios.
"Ya desde que preparó a los primeros sacerdotes de la Obra, exageré —si cabe— su formación filosófica y teológica, por muchas razones: la segunda, por agradar a Dios; la tercera, porque había muchos ojos llenos de cariño puestos en nosotros, y no se podía defraudar a esas almas; la cuarta, porque había gente que no nos quería, y buscaba una ocasión para atacar; después, porque en la vida profesional he exigido siempre a mis hijos la mejor formación, y no iba a ser menos en la formación religiosa. Y la primera razón —puesto que yo me puedo morir de un momento a otro, pensaba—, porque tengo que dar cuenta a Dios de lo que he hecho y deseo ardientemente salvar mi alma" 10.

Don Leopoldo Eijo y Garay ordena a los tres primeros

Entre las antiguas fichas sueltas que se conservan del Fundador hay dos pensamientos que mucho tienen que ver con está materia. Uno de ellos dice: "La formación sacerdotal... ¡eso sí que tiene que ser Opus Dei! Y la otra: El sacerdocio se recibe en el momento de ordenarse, pero la formación sacerdotal... 11. La formación es negocio de toda una vida. Porque la vida es progreso; y quien se detiene queda pronto rezagado y terminare arrumbado en la cuneta" 12

La preparación pastoral para las Sagradas Órdenes la recibieron los tres candidatos directamente del Padre, que se cuidó de irles formando en las virtudes sacerdotales. Y, en lo que se refiere a los estudios, las disciplinas de la Sagrada Teología las cursaron, no en el Seminario sino en el Centro de Estudios Eclesiásticos de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, con sede en Diego de León y constituido formalmente en diciembre de 1943 13.


Notas
1. Álvaro del Portillo, PR, p. 958
2. José Luis Múzquiz de Miguel, Sum. 5791
3. Carta 14-II-1944, n. 9
4. Idem.
5. Idem. Los sacerdotes no eran una simple ayuda a unas actividades de un grupo de laicos, sino que sacerdotes y laicos –en cooperación orgánica- eran igualmente esenciales, como lo son en la Iglesia; la Obra, en efecto, fue vista por el Fundador desde el principio como una porción del Pueblo de Dios, como una "partecica de la Iglesia".
6. En una catalina de fecha 9 de noviembre de 1932 se lee que los miembros del Opus Dei han de poner mucho interés en vivir la sagrada Liturgia de la Iglesia, y "cada uno de ellos, en orar y mortificarse especialmente por los nuevos sacerdotes en las témporas, y cuando los nuestros reciban el sacramento del Orden" (Apuntes, n. 867)
7. Carta 8-VIII-1956, n.5
8. Apuntes, n. 1854, Del 9-XI-1941
9. Don José María Bueno Monreal conoció a don Josemaría en 1927 ó 1928, en la Facultad de Derecho. Intervino en la preparación de los documentos para la aprobación de la Obra como Pía Unión, como ya va dicho. Se encargó de la dirección de estudios de los tres primeros miembros del Opus Dei que recibieron la ordenación sacerdotal. A fines de 1945 fue preconizado Obispo de Jaca, y luego de Vitoria. En 1954 se le nombró Arzobispo coadjutor de Sevilla y cuatro años más tarde, fue creado Cardenal de Sevilla. Murió en 1987.
10. Carta 8-VIII-1956, n. 13. Teología no era, pues, una cosa extraordinaria, porque con el tiempo sería lo ordinario en la Obra, en la que todos los socios deben poseer la formación doctrinal religiosa conveniente. Por eso enseguida empezarían a estudiar otros, y luego otros, sin interrupción; como en efecto ha sido. Todo esto me lo decía como algo que pertenecía a la esencia apostólica de la Obra, y que por tanto era claramente de Dios» (José López Ortiz, en Beato Josemaría Escrivá de Balaguer: un hombre de Dios. Testimonios sobre el Fundador del Opus Dei, Madrid 1994, pp. 232-233).
11. RHF, AVF-0079, de II-1944.
12. "Nunca se considera acabada vuestra formación: durante toda vuestra vida, con una humildad maravillosa, necesitaréis perfeccionar vuestra preparación humana, espiritual, doctrinal religiosa, apostólica y profesional" (Carta 6-V-1945, n. 19).
13. La constitución del Centro de Estudios Eclesiásticos de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, con sede en Diego de León (Lagasca, n. 116), que llevaba ya tiempo funcionando como centro de estudios, fue comunicada al Sr. Obispo de Madrid-Alcalá con fecha del 10 de diciembre de 1943, esto es, a los dos días de haberse dado el decreto de erección de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz (cfr. RHF, D-15140).


Andrés Vázquez de Prada, El fundador del Opus Dei. Tomo II. Dios y Audacia, Rialp, Madrid, 2002, pp. 626-638

sábado, 23 de junio de 2012

Tú me la cantarás... sin lágrimas

Alguien ha corrido una de las cortinas de lona azul, para celar la restallante luz, sol de membrillo, que entra por las ventanas. Andan mediados el día y el mes de marzo de 1957. En la galleria del Fumo, un grupo de hombres jóvenes -diez, doce- charlan tomando café. El Padre está con ellos. Acaban de comer. Dentro de un rato, cada uno volverá a su trabajo. Es la tertulia.

La conversación informal, inconexa, no desemboca hoy en ningún tema de singular relieve. Se habla de todo y de nada. Quizá ese mismo que se levantó a correr las cortinas toma la iniciativa de poner un disco, un disco de Nilla Pizzi, la ganadora del Festival de San Remo. En allegretto vivace suenan los primeros compases de la canción. Es un aire popular, gracioso, cascabelero, pegadizo, incluso con ciertas caracolas melódicas. Todos, más o menos, conocen esa música. Y a Escrivá le gusta mucho. Enganchó su atención desde la primera vez que la oyó: Aprite le finestre al nuovo sole: è primavera, è primavera. Lasciate entrare un poco d’aria pura…

«Abrid las ventanas al sol nuevo: es primavera. Dejad entrar un poco de aire puro, con la fragancia de los jardines y de los prados en flor. ¡Es primavera, fiesta del amor!»



Ya entonces, Escrivá sorprendió a los que estaban con él diciéndoles:

- Me gustaría oír esa canción, cuando esté muriéndome.

Escrivá rara vez usa el verbo «morir». Cuando lo hace, emplea la forma castellana, mucho más recia, con su entrañable carga reflexiva: «morirse». Al hablar de su propia muerte, no parece que la imagine como algo rápido, repentino, que vaya a sobrevenirle de sopetón; sino como un proceso lento, fatigoso, un trance duro. Se diría que presiente el dolor de arrancarse. Tal vez por ello no dice «cuando yo muera», ni siquiera «cuando yo me muera», sino «cuando esté muriéndome». Imagina la muerte como una descoyuntura. Como una acción fuerte y dolorosa: el agon, la agonía. Una lucha que le exigirá vencer resistencia. Un combate definitivo, para el que siempre anda entrenándose, «porque se trata -dice- de ganar la última batalla».

Ahora, sentado en un sillón, casi de espaldas al ventanal corrido de la galleria, escucha esa canción y, a tramos, la canturrea en italiano:

«Ya se ha abierto la primera rosa roja.
¡Es primavera, es primavera!
También la primera golondrina ha regresado,
y revuela por el cielo límpido:
viene a anunciar el tiempo bello.
Muchachos y muchachas enamorados,
abrid las ventanas al sol nuevo,
a la esperanza, a la ilusión…
¡Es primavera, fiesta del amor!»

Ha ido recorriendo los rostros de quienes están allí, en la galleria del Fumo: Álvaro del Portillo, Javier Echevarría, Joaquín Alonso, Julián Herranz, Giuseppe Molteni, Dick Rieman, Bernardo Fernández Ardavín, Severino Monzó… Aquí se detiene.

Severino es un joven alto y fornido. Sacerdote, doctor en Económicas y en Derecho Canónico que, además de todo eso, canta muy bien. El Padre le dirige una sonrisa pícara y, como quien fija un appuntamento, una cita para un día muy lejano, le dice:

-Tú me la cantarás… sin lágrimas. (1)

Sin lágrimas. En más de una ocasión ha dicho a sus hijos que, después de su muerte, no quiere «ni una corbata negra».(2) Y si le gusta esa tonadilla primaveral es porque sugiere la alegría de los jóvenes que marchan hacia la cita con el amor. La canción habla expresamente de una cita: la luna già ha fissato appuntamento. Por ahí va su sentido de la muerte: será el apasionado encuentro de dos enamorados.
En efecto, la tonadilla italiana describe la llegada del buen tiempo, los prados en flor, las noches de plata, el nuevo sol radiante, el aroma de los jardines, el volteo de las palomas primaverales que anuncian el tiempo bello… Y, de modo insistente, invita, aprite le finestre!, a abrir las ventanas para que entre el amor. (...)

No hay para el santo «muerte repentina», por lo mismo que no hay «muerte improvisada». El santo tiene siempre hechas las maletas para el último viaje. Como todos, él desconoce también el día y la hora. Pero, a partir de cierto momento, empieza a tener intuiciones, luces fugaces, vislumbres entreverados de claridad y oscuridad. Se va internando en algo que atardece y en algo que amanece. Un luminoso crepúsculo, donde hay que entornar los ojos, cerrarlos casi, porque tanta luz ciega. Entonces, desea no ver nada, o ver sólo… con los ojos prestados de Dios.

¿Intuye Josemaría Escrivá que se acerca el final? (...)

Tiene muy leídos, muy trabajados, muy rezados los salmos del Salterio de David. De uno de ellos, el número 26 -tibi dixit cor meum…, oigo en mi corazón: buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, Señor, no me lo apartes-, toma unas palabras, vultum tuum, Domine, requiram, y las repite saboreándolas, de manera constante, al menos desde diciembre de 1973. Josemaría las traduce con fuerza apremiante: «busco tu rostro, Señor, ¡quiero verte, cara a cara!». Y, a veces, incluso durante la comida se le escapa un irreprimible «¡Señor, que quiero darte un abrazo!». (3)

Esa búsqueda del rostro de Dios, sin velaturas, sin nociones intermedias, en un abrazo «cuerpo a cuerpo», lleva un ritmo de crescendo tumultuoso en su alma:

- Los que se quieren, procuran verse. Los enamorados sólo tienen ojos para su amor. ¿No es lógico que sea así? El corazón humano siente esos imperativos. Mentiría si negase que me mueve tanto el afán de contemplar la faz de Jesucristo. Vultum tuum, Domine, requiram. Buscaré, Señor, tu rostro. Me ilusiona cerrar los ojos, y pensar que llegará el momento, cuando Dios quiera, en que podré verle, no "como en un espejo y bajo imágenes oscuras… sino cara a cara". (4) (...)

En cuanto Radio Vaticano informa oficialmente del fallecimiento del fundador del Opus Dei, la Villa de Bruno Buozzi, 75 no da abasto a la riada, mansa pero incesante, de gente que acude a rezar.
Josemaría Escrivá -genuit filios et filias- tiene hijas e hijos de su espíritu diseminados en los dos hemisferios. Por radio, por teléfono, por cable, incluso por télex, la noticia viaja veloz. Y allá donde llega, clava su doble aguijón de desconcierto y de dolor. (...)

A eso de las cuatro de la tarde, en el oratorio de La Masada, en Torreciudad, un sacerdote joven, alto y fuerte, está arrodillado en el reclinatorio del último banco. Lleva allí bastante tiempo. A ratos reza. A ratos llora. A ratos deja sueltas las crenchas del pensamiento, evocando los bellos tiempos romanos, dei bei tempi romani

Por la avenida de esos recuerdos surge, de pronto, aquella cancioncilla de Nilla Pizzi, Aprite le finestre, que tantas cosas le sugería al Padre. Y aquel deseo suyo: «me gustaría oír esa canción, cuando esté muriéndome».


Severino Monzó, en ese momento, sólo tiene un dato: el Padre ha muerto de repente. No estaba enfermo. Por tanto, no ha tenido tiempo para estar… muriéndose.

Sabe que, para el Padre, ya no existen relojes ni almanaques, porque ha traspasado la frontera desde donde se empieza a ser eterno.

Levantino, impetuoso y sentimental, Severino alza el mentón, como desafiando al aire, y piensa «¿por qué no?». Pocos minutos después, en el tocadiscos del cuarto de estar de La Masada suena la música organillera, de campanillas, y la voz de Nila Pizzi:

Aprite le finestre al nuovo sole:
è primavera, è primavera,
Lasciate entrare un poco d’aria pura…

Sereno, recuerda con toda nitidez la escena de un mediodía radiante, primaveral, en la galleria del Fumo. Es como si lo estuviera viendo… Las cortinas de lona azul francés. El humo de los cigarrillos, formando inverosímiles volutas a contraluz con el sol de membrillo. El Padre, llevando el ritmo alegre, con la cabeza y con la punta del zapato, mientras suena la musiquilla de Aprite le finestre… Luego, aquella sonrisa pícara de buena complicidad, como emplazándole para un día muy lejano:

- Tú me la cantarás

Y Severino se pone a cantar, suavemente, al hilo del disco que sigue girando. La melodía le resuena, dulce y amarga, por entre la oscura orografía de las sienes, los tímpanos, las mandíbulas, el paladar… hasta hacérsele un nudo en la garganta. Al doblar la esquina de una estrofa -«¡muchachos y muchachas enamorados, abrid las ventanas al nuevo sol…!»-, no puede más y rompe en un sollozo.
Pone el disco una y otra vez. Está muy a gusto así, «llorándose su pena». Sí, el Padre le miró y le dijo: «tú me la cantarás». Pero agregó algo… ¿qué? ¿qué?

Poco a poco va perfilando los contornos de la evocación… La frase, exacta, literal, fue: «tú me la cantarás… sin lágrimas».


Notas
1. Relato oral de don Severino Monzó a la autora. Cfr. AGP, RHF T-07823.
2. Testimonio de doña Marlies Kücking.
3. Monseñor Álvaro del Portillo. AGP, RHF 21175, p. 37.
4. AGP, RHF 21164, pp. 673-674.


Pilar Urbano, El hombre de Villa Tevere , Ediciones Plaza y Janés, Barcelona, 1995, cap. 19, pp. 465-467

martes, 12 de junio de 2012

Del exilio a Dios

Ernestina Michels de Champourcin nació en Vitoria el 10 de julio de 1905. La familia de su padre era originaria de la Provenza, aunque establecida en Barcelona desde el siglo XVIII. El barón Michels de Champourcin ejercía como abogado en Madrid y, en sus ratos libres, escribía poemas. La madre de Ernestina había nacido en Uruguay. Tuvieron cuatro hijos: tres chicas y un chico. La futura poeta (nunca le gustó el término poetisa) estudia bachillerato en el Instituto Cardenal Cisneros y, desde los 6 años, lee mucho y aprende inglés y francés. En plena adolescencia descubre la obra Platero y yo, (Segunda Antología) del que sería su maestro: Juan Ramón Jiménez, Premio Nobel de Literatura en 1956.

Seguidora de Juan Ramón Jiménez

A los 21 años, Ernestina publica su primer libro de poesía, En silencio. Envía un ejemplar a Juan Ramón, al que había tenido oportunidad de conocer, junto a su esposa Zenobia Camprubí, durante un paseo por los jardines del palacio de La Granja (Segovia). El encuentro se transformó en una duradera amistad; años más tarde, la poeta diría "Juan Ramón no fue para mí únicamente un poeta admirado, sino una especie de compañero de sentimientos y vivencias". El autor de Platero y yo y san Juan de la Cruz son sus poetas preferidos.

Por entonces, recordará ella, "las mujeres escribían poco, apenas nada". Ernestina se mueve en los círculos culturales del Madrid de finales de los años 20. Asiste a tertulias literarias con Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre y su mujer, Concha Méndez.

En 1926 se inscribe en el Club Lyceum, donde se reúnen mujeres inquietas; Ernestina se hace cargo de la sección de Literatura y frecuenta una librería regentada por Luis Cernuda. Al año siguiente, ve la luz el segundo libro de Champourcin, Ahora. Según Emilio Miró, buen conocedor su obra, Ernestina puede considerarse "entre los años 20 y 30, la primera e indiscutible voz femenina del grupo poético del 27".

En 1930 conoce al poeta Juan José Domenchina en el estudio del pintor Valentín de Zubiarre. Desde entonces respiran juntos el denso ambiente cultural de la época y ambos coinciden en la honradez de sus críticas literarias, aunque sus caminos poéticos son diversos.
Juan José procede de una familia católica de clase media; desde 1923 es amigo de Manuel Azaña, futuro ministro y presidente de la II República española, y juntos comparten tertulias con Pío Baroja y Valle Inclán. Domenchina pasa a ser secretario personal de Azaña en 1931. Ese mismo año, Ernestina publica La voz en el viento, prologado por Juan Ramón Jiménez.

Los años anteriores a la guerra civil fueron literariamente fructíferos para Ernestina y Juan José. Él publica sus poesías completas y ella su única novela, La casa de enfrente, y otro poemario, Cántico inútil.
En 1934, Gerardo Diego incluye poemas de Ernestina en su Antología poética española, segunda antología de lo escrito hasta entonces por la Generación del 27. Sólo dos mujeres más (Josefina de la Torre y Concha Méndez) comparten ese reconocimiento.

Hacia el exilio

En 1936, la guerra civil sacude el destino de Ernestina y también su palabra escrita: "El pueblo armado era como un niño con la escopeta cargada. Por otro lado, las más bajas pasiones, desatadas eran capaces de todo". Deja su pluma y trabaja en servicios sociales (guardería de niños, cocinera, hospital de sangre).

Ernestina y Juan José deciden casarse a principios de noviembre de ese año: la capital de España parece amenazada por un inminente avance del ejército sublevado y el gobierno de la República decide trasladarse a Valencia. La familia de Ernestina debe esconderse en la Embajada de Uruguay, mientras que la madre y otros parientes de Juan José les siguen.

En la capital levantina, Juan José es nombrado jefe del Servicio de Información (Ministerio de Propaganda), que edita boletines en seis idiomas con el fin de informar al mundo sobre la situación en España; se incluye un suplemento literario en el que colabora también Ernestina, que en 1938 escribe Mientras se muere, obra que destruirá por su contenido autobiográfico.

Las victorias del bando nacional les obligan a trasladarse a Barcelona y luego siguen al presidente Azaña en su camino hacia el exilio en Francia. En la frontera, los poetas dejan parte de sus libros para que puedan unirse a la expedición algunos más.

Los Domenchina son invitados por el escritor Alfonso Reyes a México, donde llegan el 1 de junio de 1939. En parecidas circunstancias viajan a América los poetas Emilio Prados, León Felipe o Luis Cernuda. Desde 1936 les había precedido Juan Ramón Jiménez, como agregado cultural de la Embajada española en Estados Unidos.

México, su segunda patria

Así como son muy distintas la obra poética de Ernestina y la de Juan José, diversa fue su actitud ante el exilio. Ella supo no sólo adaptarse, sino amar su nueva patria; por el contrario, Juan José seguía mentalmente fijo en España, hecho que influyó decisivamente en su salud. Al poco de instalarse en México, les llega la noticia de la muerte de Azaña en Francia.

Mientras, Ernestina debe abrirse camino: colabora en revistas literarias (Las dos Españas, Rueca, Romance, Istmo), hace traducciones del inglés para la editorial Fondo de Cultura Económica, faceta menos conocida de su trayectoria, aunque para José Ángel Ascunce, Champourcin es "una de las traductoras más eximias de la lengua española en el presente siglo".
También trabaja como intérprete para conferencias internacionales.

Entre tanto, su marido, ya aquejado de un fuerte reumatismo, publica su Antología de la poesía española contemporánea (1900-1936) y trabaja como corrector de estilo en una editorial.

Entre los años 1948 y 1950, Ernestina visita a Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí; el poeta también sufre el exilio como Juan José, mientras su mujer da clases en la Universidad de Maryland. Durante esos viajes, el autor de Platero y yo redescubre a Ernestina algunos autores de la literatura anglosajona; la lectura de Thomas Merton, trapense, despertó en ella una fuerte inquietud espiritual, manifestada en su obra Presencia a oscuras (1952, primera escrita tras un paréntesis de 16 años). Un año antes, visitó a su familia en España; Juan José no pudo acompañarle porque, como ex secretario de Azaña, tenía una causa judicial abierta.

Redescubrir la fe

También en 1952 los Domenchina entran en contacto con el Opus Dei. Tanto Ernestina como Juan José tienen raíces familiares cristianas; sin embargo, el ambiente cultural y político en el que se movieron les había alejado de la práctica religiosa.
Ernestina frecuenta la iglesia de la Santa Veracruz, en pleno centro de México D.F.; su párroco, D. Ernesto Santillán, le pide colaboración para dar clases a grupos de mujeres del entorno, un barrio humilde en el que la miseria económica se une a la moral. La escritora sortea a borrachos y prostitutas para impartir sus charlas.

Según su amiga mexicana Mago Murillo, "Ernestina era consciente de que había recibido mucho de Dios y se sentía en deuda con los más necesitados". En ese ambiente descubre su llamada al Opus Dei, mientras su marido encuentra apoyo espiritual a través de un sacerdote de la Obra hasta su muerte en 1959. Juan José y Ernestina no tuvieron hijos.

Superado el dolor por el fallecimiento de Juan José, Ernestina no abandona su tarea literaria. Vive en un modesto apartamento de la calle Arquímedes, decorado con detalles de la artesanía mexicana que tanto admira, y allí organiza sesiones literarias para mujeres.
Publica varios libros de poemas: El nombre que me diste (1960), Cárcel de los sentidos (1964), Hai-kais espirituales (1967), Cartas cerradas (1968), Poemas del ser y del estar (1972). Además, en 1970 edita una antología poética titulada Dios en la poesía actual.
Para Ernestina todo poeta, de algún modo, se interroga sobre Dios con "un impulso desinteresado hacia la Perfección y la Belleza, una búsqueda de eternidad, de permanencia en el espíritu, de Esencia divina".

En mayo de 1970, el Fundador del Opus Dei visita México y Ernestina acude a uno de los encuentros con él; le acompaña un grupo de mujeres del barrio de la Santa Veracruz que han pedido la admisión en la Obra. Josemaría Escrivá dice a la poeta que sus versos le sirven para hacer oración, según testimonia Rosario Camargo, periodista y colega de Ernestina en la revista Gaceta.

Vuelta a Madrid

Dos años más tarde, Ernestina vuelve a España. Madrid ha cambiado mucho desde 1936, y a la poeta le cuesta adaptarse al ruido y a la prisa de la gente. Incluso considera un segundo exilio su vuelta a la capital de España.

La poeta sigue interesada por su quehacer literario, pero no quiere hablar de cuestiones políticas. También debe acostumbrarse a vivir con sus limitaciones físicas (sordera, falta de vista). No obstante, desde 1972 publica ocho libros de poemas y La ardilla y la rosa (1981), prosa de carácter autobiográfico en homenaje a Juan Ramón Jiménez.

Aunque ella nunca aspira a recibir un reconocimiento público, porque sólo le interesa la poesía, en 1989 es galardonada con el Premio Euskadi a la literatura en castellano; y al año siguiente con el Premio Prometeo.

Su figura sigue suscitando interés, y en los siguientes años, Arturo del Villar, el mejor conocedor de la obra de Ernestina, recuerda su aportación literaria. Julia Bernal y Rosa Sanz obtienen el doctorado en Filología por sus respectivas tesis sobre aspectos de la vida y obra de Ernestina de Champourcin en las Universidades Complutense de Madrid y de Oviedo. Además, en 1993 recibe un homenaje en el Ateneo de Madrid.

El 27 de marzo de 1999 muere en la capital de España, a los 93 años, haciéndose eco de sus propias palabras:

"Yo creo que morir es estar
es estarse por fin en lo absoluto, 
en lo definitivo... 
Morir es una rosa 
que se nos da de balde, 
un perfume cuajado 
en un amor para siempre"
(Primer exilio, 1978)

domingo, 10 de junio de 2012

Origen de la Fiesta del Corpus Christi

La solemnidad del Corpus Christi nació con el objetivo de reafirmar abiertamente la fe del Pueblo de Dios en Jesucristo vivo y realmente presente en el santísimo sacramento de la Eucaristía.

El Papa Benedicto XVI explica así la historia de esta fiesta, que remonta al siglo XIII:

Santa Juliana de Cornillón tuvo una vision que “presentaba la luna en su pleno esplendor, con una franja oscura que la atravesaba diametralmente. El Señor le hizo comprender el significado de lo que se le había aparecido. La luna simbolizaba la vida de la Iglesia sobre la tierra; la línea opaca representaba, en cambio, la ausencia de una fiesta litúrgica(…) en la que los creyentes pudieran adorar la Eucaristía para aumentar su fe, avanzar en la práctica de las virtudes y reparar las ofensas al Santísimo Sacramento (…).

La buena causa de la fiesta del Corpus Christi conquistó también a Santiago Pantaleón de Troyes, que había conocido a la santa durante su ministerio de archidiácono en Lieja. Fue precisamente él quien, al convertirse en Papa con el nombre de Urbano IV, en 1264 quiso instituir la solemnidad del Corpus Christi como fiesta de precepto para la Iglesia universal, el jueves sucesivo a Pentecostés.

Hasta el fin del mundo

En la bula de institución, titulada Transiturus de hoc mundo (11 de agosto de 1264) el Papa Urbano alude con discreción también a las experiencias místicas de Juliana, avalando su autenticidad, y escribe:
«Aunque cada día se celebra solemnemente la Eucaristía, consideramos justo que, al menos una vez al año, se haga memoria de ella con mayor honor y solemnidad. De hecho, las otras cosas de las que hacemos memoria las aferramos con el espíritu y con la mente, pero no obtenemos por esto su presencia real. En cambio, en esta conmemoración sacramental de Cristo, aunque bajo otra forma, Jesucristo está presente con nosotros en la propia sustancia. De hecho, cuando estaba a punto de subir al cielo dijo: “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20)».

El Pontífice mismo quiso dar ejemplo, celebrando la solemnidad del Corpus Christi en Orvieto, ciudad en la que vivía entonces. Precisamente por orden suya, en la catedral de la ciudad se conservaba —y todavía se conserva— el célebre corporal con las huellas del milagro eucarístico acontecido el año anterior, en 1263, en Bolsena.

Un sacerdote, mientras consagraba el pan y el vino, fue asaltado por serias dudas sobre la presencia real del Cuerpo y la Sangre de Cristo en el sacramento de la Eucaristía. Milagrosamente algunas gotas de sangre comenzaron a brotar de la Hostia consagrada, confirmando de ese modo lo que nuestra fe profesa.

Himnos Eucarísticos

Urbano IV pidió a uno de los mayores teólogos de la historia, santo Tomás de Aquino —que en aquel tiempo acompañaba al Papa y se encontraba en Orvieto—, que compusiera los textos del oficio litúrgico de esta gran fiesta. Esos textos, que todavía hoy se siguen usando en la Iglesia, son obras maestras, en las cuales se funden teología y poesía. 
Son los denominados himnos eucarísticos como O Salutaris Hostia, Adoro te devote, o Pange lingua.

sábado, 9 de junio de 2012

Si la mujer se mirase en María

"(...) Esta dimensión mariana en la vida cristiana adquiere un acento peculiar respecto a la mujer y a su condición. En efecto, la feminidad tiene una relación singular con la Madre del Redentor, tema que podrá profundizarse en otro lugar.

Aquí sólo deseo poner de relieve que la figura de María de Nazaret proyecta luz sobre la mujer en cuanto tal por el mismo hecho de que Dios, en el sublime acontecimiento de la encarnación del Hijo, se ha entregado al ministerio libre y activo de una mujer.

Por lo tanto, se puede afirmar que la mujer, al mirar a María, encuentra en ella el secreto para vivir dignamente su feminidad y para llevar a cabo su verdadera promoción.

A la luz de María, la Iglesia lee en el rostro de la mujer los reflejos de una belleza, que es espejo de los más altos sentimientos, de que es capaz el corazón humano:
- la oblación total del amor,
- la fuerza que sabe resistir a los más grandes dolores,
- la fidelidad sin límites, la laboriosidad infatigable,
- y la capacidad de conjugar la intuición penetrante con la palabra de apoyo y de estímulo".

De la encíclica de Juan Pablo II Redemptoris Mater (n. 46)
25 de marzo de 1987


jueves, 7 de junio de 2012

Del Calvinismo a la Verdad

El ritmo de vida acelerado que habitualmente llevamos puede hacernos caer en la rutina y el acostumbramiento que nos impide ver aún lo más sublime. 
Cuentan de un joven árabe que realizaba sus estudios universitarios en España fue invitado por un compañero a visitar el oratorio de su colegio mayor. Al explicarle que en el Sagrario que había sobre el altar se encontraba verdaderamente Dios, dijo que si él creyese eso realmente se pasaría la vida ahí, adorando a Dios. Toda una lección para su amigo católico. 

Los que hemos nacido en la fe católica y hemos sido educados en ella corremos el riesgo de acostumbrarnos a la Belleza y a la Verdad. 
Cada día, en cada rincón de España se celebran miles de Eucaristías. Si rrealmente fuésemos conscientes de que la Santa Misa es la raíz de nuestra Fe y el acto más grande en el que un ser humano puede participar, las iglesias estarían llenas a diario.

A veces se va a Misa por costumbre, por cumplir... quizá porque nadie nos ha explicado lo que está pasando en esa escasa media hora donde el Cielo se junta con la tierra.
Un buen libro para conocer en profundidad este acontecimiento y al alcance de cualquier fortuna es La cena del Cordero. Su autor, el norteamericano Scott Hahn fue un pastor evangélico calvinista que un buen aterrizó en una capilla católica por curiosidad justo antes de que comenzase una Misa. Como buen teólogo, conocedor de las Sagradas Escrituras, fue reconociendo en cada una de las palabras pronunciadas por el sacerdote y los fieles tantos pasajes que él había estudiado y en los que encontraba ahora su sentido más profundo. Fue así como continuó asistiendo los días sucesivos. La contemplación del milagro le llevó a plantearse su profesión de fe en la Iglesia Católica, como así sucedió un tiempo después.

Hoy, como apologista católico y profesor universitario, muchas de sus obras han sido traducidas al castellano. En La cena del Cordero conecta la liturgia eucarística con el lenguaje simbólico del Apocalipsis. Toda una clase doctrinal asequible a cualquiera con algo de sensibilidad y dispuesto a aprender algo más sobre uno de los misterios más esenciales de nuestra fe.

La lectura de este libro no deja indeferente, y como mínimo, nos ayudará a asistir y a participar de la Santa Misa dejando de lado la rutina, conscientes de que es el Cielo en la tierra.



Políptico iglesia de San Bavón de Gante o de la Adoración del Cordero Místico.
Hubert y Jan van Eyck

martes, 5 de junio de 2012

Aquel que ha llorado mucho


“Me gusta mucho repetir -porque lo tengo bien experimentado- aquellos versos de escaso arte, pero muy gráficos:

Mi vida es toda de amor
y, si en amor estoy ducho,
es por fuerza del dolor,
que no hay amante mejor
que aquel que ha sufrido mucho.

Ocúpate de tus deberes profesionales por Amor: lleva a cabo todo por Amor, insisto, y comprobarás -precisamente porque amas, aunque saborees la amargura de la incomprensión, de la injusticia, del desagradecimiento y aun del mismo fracaso humano- las maravillas que produce tu trabajo. ¡Frutos sabrosos, semilla de eternidad!"

lunes, 4 de junio de 2012

De lo que tú hagas...

"De que tú y yo nos portemos como Dios quiere —no lo olvides— dependen muchas cosas grandes."


Rebosaban las pencas de lechuga sobre la cesta de la compra y debía pesar mucho, pues la señora la apoyó con cansancio en el banco, antes de hacer una genuflexión y de sentarse muy brevemente. Salió por la puerta por la que había entrado, a los pocos minutos, de nuevo cargada con la cesta, pero como aligerada, sonriendo.

Edith Stein
Dentro de la catedral, Edith Stein observó a esta mujer y se conmovió. Aún faltaban años para su conversión al catolicismo; Stein estaba en una fase de agnosticismo, pero aquella mujer con la cesta de la compra la conmovió. Fue un tímido primer paso. Por supuesto, aquella mujer de la cesta nunca se enteró de lo que su corta visita a la catedral supuso para aquella joven filósofa y futura santa.

Supuso un asombro espiritual, porque aquella señora que venía del mercado cansada no iba a un oficio litúrgico determinado, como es habitual entre los protestantes y los judíos, sino que entró en la catedral un ratito, como de paso, como quien visita a un amigo. A un amigo del alma.

Esta anécdota de la vida de Stein resulta aleccionadora y emocionante, porque muestra la concatenación silenciosa, misteriosa y aleatoria de efectos involuntarios que nuestros actos -todos y cada uno de nuestros actos- provocan en quienes los presencian.

Esta es la gran responsabilidad cristiana de vivir en sociedad: ser edificante.
Una visitita corta a la iglesia, al salir del mercado, se puede vincular con un primer paso de una gran conversión, gracias al testimonio de quien lo vivió en primera persona. Aquella señora de la cesta rebosante edificó a una filósofa agnóstica. Pero hay miles de edificaciones silenciosas y diarias que nos ofrecemos mutuamente.

A diario, por la calle, en el Metro, en la escuela, en el trabajo, en el mercado, soy testigo de buenas acciones hechas por personas desconocidas que me enseñan, enternecen o asombran. Doy las gracias mentalmente a un montón de personas que son como el cauce social de la comunión de los santos, como la realización cotidiana de la petición del Padrenuestro: «Venga a nosotros tu Reino», que son cabal y ejemplarmente cristianas.

Esta tarea edificante -en su acepción figurada, infundir en otros sentimientos de piedad o virtud- es urgente recuperarla y promoverla entre los cristianos, como fórmula cercana, asequible, fácil, útil, de contrarrestar el escándalo diario que agita y distorsiona nuestra vida social en Occidente.

¿Pero cómo puedo yo edificar el Reino? ¿Pero cómo puedo yo, con mi vida tan sencilla y rutinaria, edificar a nadie? Y claro, la respuesta es que no somos nosotros, es Dios el único capaz de edificar, es el gran Arquitecto. Nosotros, hoy, en este momento preciso de la Historia, somos sus pies y sus manos, nosotros tan sólo acarreamos la cesta de la compra.

(Fuente: Leticia Escardó en www.alfayomega.es)

sábado, 2 de junio de 2012

La admiración

  
Convertir el fenómeno de ver algo en una experiencia de asombro y extrañeza, de admiración, es todo un arte, arte propio del sabio, y camino seguro que conduce al vivir con sentido.

¿Cómo aprender a admirarse? Antes de nada, parándose. Para mirar hay que pararse. No es corriendo, en medio de un vivir atropellado como puede surgir una mirada interior que nos desvele la verdad y la belleza de las cosas.

La soledad y el silencio, la lentitud, el reposo, son necesarios para que nuestra vida y nuestra mirada sean propiamente humanas.

(No puedo citar fuente porque desconozco la autoría de este texto)

viernes, 1 de junio de 2012

¿Qué es el pudor?

Una de las preguntas que seguramente nos hemos planteado más de una vez es: ¿qué es y qué significa el pudor? Éste, por sí sólo es un sentimiento natural, un hábito, pero que puede transformarse en virtud, haciendo percibir a la persona cuanto se opone a su dignidad en lo referente a la sexualidad, sea en pensamientos, imaginaciones o actos y alejándola de cuanto favorece curiosidades morbosas. Su sentido profundo es la intuición de la dignidad del ser humano, y trata de preservar la propia intimidad, no permitiendo que esté al alcance de cualquiera, así como respeta la de los otros. Supone una actitud de estima del cuerpo humano (nuestro o de los demás) y su entorno en cuanto expresión de la persona.

Positivamente es pureza del corazón y valoración adecuada en el respeto a los demás de los comportamientos sexuales, mientras que negativamente trata de evitar que se cosifique el cuerpo, y en consecuencia el ser humano, impidiendo un lenguaje corporal inapropiado y que pueda ser considerado sólo como un mero objeto de placer sexual y no como expresión personal. El pudor, por tanto, protege a la castidad.

El pudor puede considerarse como una salvaguarda de la dignidad del hombre y del amor auténtico. Tiende a reaccionar ante ciertas actitudes y a frenar comportamientos que ensombrecen la persona. Es un medio necesario y eficaz para dominar los instintos, hacer florecer el amor verdadero y situar la vida afectiva y sexual en el marco armónico de la persona. El pudor entraña grandes posibilidades pedagógicas y merece, por tanto, ser favorecido. Es una característica del ser humano, porque los animales carecen de él.

El pudor no es mojigatería ni pudibundez, ni hay que confundirlo con la vergüenza lógica que se experimenta cuando mi intimidad sexual o personal no es respetada. Por ello, no es un avergonzarse del cuerpo, ni de las manifestaciones carnales del amor; sino que es una defensa de sí contra el deseo o la invitación erótica que no se revela aún como lenguaje del amor. No está dirigido a preservarnos frente a la desnudez, sino que es una protección ante la posible utilización del erotismo para fines incorrectos. Por ello deja de tener su razón de ser, cuando de lo que se trata es de expresar en la intimidad matrimonial el amor mutuo.

Las formas que reviste el pudor varían de una cultura a otra, con manifestaciones externas muy diversas e incluso aparentemente contradictorias. Sin embargo, en todas partes constituye la intuición de una dignidad espiritual propia del hombre. Inspira una manera de vivir que permite resistir a las solicitaciones de la moda y a la presión de las ideologías dominantes. Nace con el despertar de la conciencia personal y se debe mantener hasta que la fuerza del cariño permita superarlo. Educar en el pudor a niños y adolescentes es despertar en ellos el respeto a la persona (Catecismo de la Iglesia Católica (2523-2524).

Es tarea del pudor defendernos contra lo que ataca al amor. Quien no tiene sentido del pudor, tampoco tiene sentido de su propia dignidad. Impúdica, según esto, es toda forma de comportarse que al acentuar el sexo, disminuye el valor de la persona. Nuestro cuerpo sólo es obsceno cuando se le reduce a cosa u objeto de diversión, que sirve para la gratificación de apetitos desordenados de placeres deshonestos. El pudor psicológico protege el centro íntimo del hombre, mientras que el pudor sexual mantiene una atmósfera de respeto y de reverencia hacia el cuerpo.

Quienes no tienen en cuenta el pudor piensan que se puede usar del cuerpo como instrumento de goce exclusivo, cual si se tratara de una prótesis añadida al Yo. Desprendido del núcleo de la persona, y, a efectos del juego erótico, el cuerpo es declarado zona de libre cambio sexual, exenta de toda normativa ética; nada de lo que ahí sucede es regulable moralmente ni afecta a la conciencia del Yo más de lo que pudiera afectarle la elección de este o de aquel pasatiempo inofensivo. La frívola trivialización de lo sexual es banalización de la persona misma, a la que se humilla muchas veces reduciéndola a la condición de objeto de utilización erógena, siendo también la comercialización y explotación del sexo o su abusivo empleo como reclamo publicitario formas nuevas de degradación de la dignidad de la persona humana.

“Existe un pudor de los sentimientos como también existe un pudor del cuerpo. Este pudor rechaza, por ejemplo, los exhibicionismos del cuerpo humano propios de cierta publicidad o las incitaciones de algunos medios de comunicación a hacer pública toda confidencia íntima” (CEC 2523).

Por supuesto que no hay que confundir, si no queremos inútiles problemas de conciencia, lo que hace referencia a la castidad y al pudor con la decencia de las cosas relacionadas con el aparato digestivo. También hemos de tener clara la distinción entre sexualidad y genitalidad. La sexualidad es el conjunto de características universales y específicas que determinan nuestra conducta sexuada, mientras que la genitalidad hace referencia a la base biológica de la sexualidad y al ejercicio de los órganos sexuales-genitales.

En las sociedades donde reina una estricta segregación de sexos y una clara distinción de funciones sexuales, el pudor adquirirá la forma de tabúes y actitudes estereotipadas; liberalizándose a medida que la comunicación sea más fácil y normal entre hombres y mujeres. El pudor nace del amor y nos hace más libres, ya que un corazón puro no se avergüenza de amar, pero sí de sentirse instrumentalizado. El equilibrio sexual impone o la aplicación de las energías sexuales al servicio del amor, o bien la abstención completa de lo puramente genital con la polarización de las energías hacia el amor en que lo sobrenatural está también presente.

P. Pedro Trevijano, www.infocatolica.com

Mujer y familia

Realización personal

Tampoco en el plano personal se puede afirmar unilateralmente que la mujer haya de alcanzar su perfección sólo fuera del hogar: como si el tiempo dedicado a su familia fuese un tiempo robado al desarrollo y a la madurez de su personalidad. El hogar —cualquiera que sea, porque también la mujer soltera ha de tener un hogar— es un ámbito particularmente propicio para el crecimiento de la personalidad. La atención prestada a su familia será siempre para la mujer su mayor dignidad: en el cuidado de su marido y de sus hijos o, para hablar en términos más generales, en su trabajo por crear en torno suyo un ambiente acogedor y formativo, la mujer cumple lo más insustituible de su misión y, en consecuencia, puede alcanzar ahí su perfección personal.

(San Josemaría, Conversaciones, 87)

Imaginad que esa familia sea numerosa: entonces la labor de la madre es comparable —y en muchos casos sale ganando en la comparación— a la de los educadores y formadores profesionales. Un profesor consigue, a lo largo quizá de toda una vida, formar más o menos bien a unos cuantos chicos o chicas. Una madre puede formar a sus hijos en profundidad, en los aspectos más básicos, y puede hacer de ellos, a su vez, otros formadores, de modo que se cree una cadena ininterrumpida de responsabilidad y de virtudes.
También en estos temas es fácil dejarse seducir por criterios meramente cuantitativos, y pensar: es preferible el trabajo de un profesor, que ve pasar por sus clases a miles de personas, o de un escritor, que se dirige a miles de lectores. Bien, pero, ¿a cuántos forman realmente ese profesor y ese escritor? Una madre tiene a su cuidado tres, cinco, diez o más hijos; y puede hacer de ellos una verdadera obra de arte, una maravilla de educación, de equilibrio, de comprensión, de sentido cristiano de la vida, de modo que sean felices y lleguen a ser realmente útiles a los demás.

Así quería Juan Pablo II

Del libro de Juan Pablo II, ¡Levantaos! ¡Vamos!. Plaza y Janés, 2004, págs. 68-69

Conozco a mis ovejas”

El buen pastor conoce a sus ovejas y las ovejas le conocen a él (Jn 10, 14). Una tarea del obispo es actuar con tacto para que lo conozcan directamente el mayor número de personas que forman con él la Iglesia particular. Él, a su vez, ha de intentar acercarse a ellos para saber cómo viven, cuáles son sus alegrías o lo que turba sus corazones. Lo importante para el conocimiento recíproco no son tanto los encuentros ocasionales, cuanto un auténtico interés por lo que sucede dentro de los corazones humanos, independientemente de la edad, el estado social o la nacionalidad de cada uno. Es un interés que abarca a los cercanos y a los alejados.

Es difícil formular una teoría general sobre el modo de tratar a las personas. Sin embargo para mí ha sido de gran ayuda el personalismo, en el que he profundizado en mis estudios filosóficos.

Cada hombre es una persona individual, y por eso yo no puedo programar a priori un tipo de relación que valga para todos, sino que cada vez, por así decir, debo volver a descubrirlo desde el principio. Lo expresa con acierto la poesía de Jerzy Liebert:

Te estoy aprendiendo, hombre,

te aprendo despacio, despacio.

De este difícil estudio

goza y sufre el corazón.

Para un obispo es muy importante relacionarse con las personas y aprender a tratarlas adecuadamente. Por lo que a mí respecta, es significativo que nunca haya tenido la impresión de que el número de encuentros fuese excesivo. De todos modos, mi preocupación constante ha sido la de cuidar en cada caso el carácter personal del encuentro. Cada uno es un capítulo aparte. Me he movido siempre según esta convicción. Pero me doy cuenta de que este método no se puede aprender. Es algo que simplemente está ahí, porque sale de dentro.

El interés por el otro comienza en la oración del obispo, en su coloquio con Cristo, que le confía «a los suyos». La oración le prepara a estos encuentros con los otros. En ellos, si se tiene una actitud abierta, es posible lograr un conocimiento y comprensión recíprocos aun cuando haya poco tiempo. Lo que yo hago es, simplemente, rezar por todos día tras día.Cuando encuentro una persona, ya rezo por ella, y eso siempre facilita la relación. Me es difícil decir cómo lo perciben las personas, habría que preguntárselo a ellas. Tengo como principio acoger a cada uno como una persona que el Señor me envía y, al mismo tiempo, me confía.

No me gusta la expresión «masa», que suena como algo demasiado anónimo; prefiero el término «multitud» (en griego plëthos: Mc 3, 7; Lc 6, 17; Hch 2, 6; 14, 1, etc.). Cuando Jesús recorría los caminos de Palestina lo seguían con frecuencia grandes «multitudes»; otro tanto les ocurría a los Apóstoles. Naturalmente, el oficio que desempeño me lleva a encontrarme con mucha gente, a veces con verdaderas multitudes. Así sucedió, por ejemplo, en Manila, donde había millones de jóvenes. Ni siquiera en ese caso sería justo hablar de masa anónima. Se trataba de una comunidad animada por un ideal común. Fue por tanto fácil establecer contacto. Y esto es lo que sucede un poco en todas partes. (…)